23 abril 2013

El círculo de las capuchas negras.

La noche estaba fría, ni una sola nube se encontraba en el cielo, las estrellas se veían a lo lejos dando un gran espectáculo. Caminaba justo al medio de la calle, no había tráfico lo cual me pareció extraño. Miré el reloj y ya casi daban las tres de la madrugada. Caí en cuenta de que quizás por eso no había tráfico. Mis pantalones negros hacían juego con mis aretes y mis botas grises con el suéter blanco que llevaba, la capucha gris sobre mi cabeza hacía que resaltara en esa noche tan oscura. Las luces amarillas de los postes de luz bañaban la oscuridad a chorros, pequeños círculos de luz se dibujaban en el asfalto, el espacio que separaba cada poste formaba una oscuridad entre cada círculo y cada vez que pasaba por ella sentía como un escalofríos recorría el camino que era mi columna vertebral. Escuché voces a lo lejos, caminé aún más rápido para darme cuenta de que me encontraba sola en esa calle tenebrosa. La neblina comenzó a bajar, espesa y silenciosa se enredaba entre mis piernas y me nublaba la visión, ya no sabía hacia donde iba. Podía sentir latir mi corazón en los oídos, el miedo se estaba apoderando de mi, mi boca se secó y comencé a hiperventilar, ya no caminaba, ahora corría, sudaba por toda mi frente y un hueco en el estómago me hizo sentir un gran vacío. Me detuve ante una voz que me susurró, la voz suave y graciosa de una mujer que me pedía dulcemente que la acompañara. Cerré los ojos para no ver si se trataba de un espanto y me volteé hacia la dirección de la voz femenina. Pude sentir como una mano cadavérica y fría tomó la mía. -Abre los ojos- me dijo aquella mujer, la curiosidad fue más grande que el pánico y al abrir mis ojos observé un círculo de personas con capuchas negras, no podía ver sus ojos, pues la longitud de la capucha cubría gran parte de su rostro dejando sólo al descubierto de la nariz hacia abajo. El círculo parecía estar rodeando un objeto, como queriendo protegerlo, o quizás solo observarlo. Caminé tres pasos hacia el círculo y uno de ellos me tomó bruscamente del brazo para tirarme dentro del círculo, grité. Me llevé las manos a la boca para no gritar, la mujer que me hablaba hizo presencia física y vi cuencas profundas en lugar de sus ojos, sin embargo sentía que me miraba desde la profundidad de aquellas cuevas negras. Ella me sonrió, sus dientes estaban desgastados y amarillos, sus labios rotos y resecos, su rostro delgado pronunciaba sus pómulos huesudos. Me quedé absorta mirando aquella mujer de largos cabellos negros y ella a mí. El círculo se cerró aún más y yo esta vez tapándome los ojos, me obligaron a voltearme para ver lo que allí ellos velaban. Entre todos me tomaron bruscamente de los brazos y de la cara sintiendo como sus huesudos dedos fríos me abrían los párpados con violencia para que no pudiera negarme y entonces la vi. 

Era yo. Muerta, envuelta entre sábanas negras, las capuchas negras me liberaron y entonces comenzaron a danzar alrededor de mi cádaver. Grité de horror hasta que mis ojos se tragaron así mismos quedándome en la completa penumbra. Miré al cielo pidiendo clemencia, fue entonces cuando comenzó a llover pequeñas gotas de sangre.